sábado, 17 de noviembre de 2012

Adoquines de colores


Un, dos, tres, un dos tres…

Tres tipos de adoquines bajo tus pies: Uno azul con dibujos, uno blanco que parece un conglomerado y el rojo… Ni si quiera te acuerdas de cómo es el rojo. El estómago te da vueltas y sientes mareos. Apenas desayunaste esta mañana, lo que has comido estaba frío y lo has tomado con un nudo en el estómago y la cena estaba buena, claro que el autobús lo estropea todo un poco. ¿Tal vez es culpa del chupito? No lo crees, y si es así eres la persona con el estómago más débil del universo, quizá eso último sea cierto, sin embargo estás seguro que ha sido el autobús.

Caminas cansado por la calle, los ojos se te cierran y los adoquines van girando, debiste de haberte bajado en tu parada pero estabas lo suficientemente mareado como para hacerlo antes. Aun así el problema que pensaste no era lo lejana que pudiera estar tu casa, sino si despertabas sin querer al mendigo que duerme al lado de la estación de autobuses. No estaba así que fue una suerte, aunque sus cosas seguían allí. Por la mañana te dijeron que empezaste a estudiar lo que estudias por vivir donde vives, sería verdad.

Los adoquines siguen bailando, un hombre ha señalado que se te ha caído algo ¿y? piensas durante un instante que eso ya da igual, en el fondo muchas cosas dan ya igual.

Has tenido una semana difícil, en una ronda de años malos que parece que nunca terminará, al vez seas un quejica y necesites las “ dos hosti**” que te han dicho alguna vez que necesitas.

Llevas toda la semana intentando que las cosas salgan bien y no paran de torcerse, como en un puzzle hecho exclusivamente de blancos. La tomas con quien no debes y no aceptas el cariño de la misma manera que sueles hacerlo a menudo.

Ya no hay adoquines, sino un paso de cebra. La música está obscenamente alta en los cascos y escuchas en bucle únicamente una carpeta. Atraviesas por el atajo oscuro, si alguien te roba lo máximo que se va a llevar es un portátil machacado por las horas de no poder escribir a mano, un libro lo suficientemente caro como para querer matar a un profesor y un par de cómics que no has podido terminar de leer porque llegaste a pensar durante un segundo en el autobús que echarías hasta la última papilla.

Pasas por un lugar en el que no se puede aparcar y sin embargo hay varios coches estacionados con un valor superior a treinta normales. El hecho de existir diferentes tipos de clases y que éstas puedan pavonearse delante del comedor social ilegalmente hace que te plantees durante un instante la posibilidad de darle a alguno una patada. No lo haces.

Sigues andando, en realidad todo son tonterías, pero la semana empezó con aquellos mensajes acosantes cuando las cosas iban peor y claro, los mensajes que insultan y que no puedes contestar al ser anónimos minan la moral de cualquiera, aunque lo más seguro es que seas un débil.

Pasas al lado de una tienda y recuerdas que el otro día viste a unos antiguos compañeros del instituto con un bebé en brazos, ella siempre dijo que su sueño era quedarse embarazada de él y él estaba al lado. Lo raro es que no eran pareja y estaba loca. Ahora piensas que quizá no entendiste algo del acertijo, se te escapó o quizá sólo necesites las dos hostias de antes.

Cuando quedan apenas cinco minutos para legar a casa decides pasear, como si cambiara algo. Tal vez porque sientas añoranza y sientas la necesidad de estar con tu pareja cinco minutos más, pero no está ahí.

Y ahora escribiendo esto te arrepientes y crees que sería algo que no deberías de poner en un sitio público, pero has prostituido tu alma lo suficiente en Internet como para que cuarenta y siete líneas más den igual. Además ya no puedes escribir en el diario, te sigue doliendo la mano.

Bienvenidos a mi vida.